"I'm so glad I found you"- fueron sus palabras y él se estremeció. Ella lo miró a los ojos buscando resguardarse en la calidez de su mirada. Él besó su mejilla y ella se sonrojó, acariciando su rostro y mirando la luna, ella sonrió. Se escapó de su belleza, dejandoló atrás por un par de pasos. Él la miraba caminar y veía como se alejaba. Su cuerpo sintió un impulso y corrió hasta alcanzarla, la tomó de la mano y sus dedos se entrelazaron. Ella se sintió querida y él reflejaba su hombria. La charla no era interesante, las palabras sobraban en ese momento. Pero sentían que se conocían de toda la vida, no era necesario hablar. El amor que se tenían hablaba por si sólo.
El cielo comenzaba a aclarar y no eran las luces de la calle, era la hora de marcharse y él lo sabía. Ahí en una esquina se sintieron los corazones.
Él debía huir de ella, sabía el dolor que la verdad le causaría si se enteraba. Ella abría su inocencia a un hombre que jamás conocería.
Besándole la frente, se alejó calle abajo. Ella lo observaba y soñaba.
Al llegar a su hogar, ella se recostó en la cama y su corazón latía con fuerza, creía que éste iba a salir de su pecho. Pero en el fondo se sentía vacia, respiraba cierto dolor. Sabía que nada resultaría bien, ese fue su miedo.
Un nuevo día comenzaba y él sentía verguenza. Sentía un malestar en el pecho, se debía a ella. Soñó con su rostro blanco y sus ojos negros, los labios rojos carmín pintados con un labial barato y el pelo que caía sobre su frente. Todo en ella era hermoso para él. Acaso se enamoró de lo incorrecto. Un teléfono interrumpió sus pensamientos. Él atendió y escuchó la voz que lo partió en mil pedazos. Del otro lado del tubo estaba su verdad, su realidad....
Ella amaneció con un rayo de luz que entraba por el resquicio de la ventana, la almohada estaba manchada con el rimmel seco de sus ojos. Se sentó en la cama y recapacitó, las lágrimas recorrieron su cara. Algo la agobiaba. Caminó por la habitación, y sintió deseos de derrumbarse completamente.
Salió de casa sin tomar las pastillas. El sol la hacía verse más bella todavía ¿Acaso nadie lo notaba? Un sombrero para protegerse del desengaño y las gafas de sol para evitar el miedo, la acompañaban.
Llegó a una plaza, era el lugar acordado, se sentó en un banco y contempló por un rato la vida pasar. Lo vió venir, a lo lejos, unos ojos claros que parecían encenderla ¿Acaso nadie lo notaba? Se sentó a su lado, parecía molesto, incómodo. Le dijo que la amaba y ella no comprendía esas palabras, no comprendía la sinceridad de él. Se despidió besándole la frente, era un sello distintivo para con ella. Parecía huir, huir de ella, de la verguenza.
Su vida no había sido fácil, drogas, excesos, alcohol, dolor, miedos, resentimientos, golpes, caídas, muertes. Ella no era fácil, necesitaba comprensión. A pesar de todo era un ángel, un ángel caído del cielo, que necesitaba compañia.
Se levantó con energía, ese beso parecía haberla animado. Pero todavía no entendía por qué él había dicho eso. Al llegar a su casa, prendió el estereo y colocó uno de sus tantos discos. Y bailó, bailó al ritmo de la música.
Caminando pensaba. Era correcto lo que estaba haciendo. Fue correcto lo que hizo con ella. Ella era la correcta y eso lo sabía. Pero algo le impedía amarla. Recordó la noche de ayer y una sonrisa se asomó por su rostro.
Llegó a un enorme departamento, subió en el ascensor, tocó tres veces la puerta y una pelirroja lo atendió. Él la beso pero la pelirroja ya estaba loca...
Mientras tanto, ella terminó cansada por el baile y se desplomó en el sillon, su celular sonó y el mensaje era un adiós. El destinatario era el hombre de su vida. Ella no entendía nada, todo se desmoronaba. Abatida por la situación, lo llamó, necesitaba escuchar su voz, saber si esa palabra era cierta. Él la atendió, su voz era débil. Llorando ella preguntó que sucedía y él sólo respondió con un adiós. Un adiós que la rompió en mil pedazos, un adiós que despedazo su alma. Ella le dijó que lo amaba y él no contestó, ella mojó con lagrimas el teléfono y él no contestó. Ella cortó y el desapareció.
Esa noche las paredes de su hogar se pintaron de negro, ella se ahogó en la melancolía. Sentía verguenza, sentía humillación, estaba enamorada de él. Quedó dormida en el sillón y éste estaba empapado por las lágrimas. Al despertarse contempló la realidad, caminó hacía la habitación y abrió el cajón de su mesa de luz. Vió las pastillas con cierto cariño y sus ojos se humedecieron. No! sabía que no, no volvería a hacerlo, no volvería a fracasar, no volvería a perderse. La muerte no sería una opción y ella lo sabía. Tomó valor y cerró con fuerza el cajón. Ahí estaba ella, volviendo a intentar. Devastada, pero en pie. Él no era lo único que la estaba matando, pero ella era un gladiador, no caería nuevamente. Se acercó a la ventana y miró por ella. El sol que se asomaba le iluminaba el rostro, era tan hermosa ¿Acaso nadie lo notaba?
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